Tal vez suene fuerte o rompa con la idea romántica de la madre perfecta, incapaz de tener sentimientos desagradables hacia sus descendientes, pero la posibilidad de que mamás e hijas tengan relaciones tormentosas existe y hay muchas historias que lo confirman.
Progenitoras que compiten con sus hijas por el cariño del esposo, otras que quieren que la hija sea la continuación de sí misma ignorando sus necesidades y deseos u otras que como en “Agua para Chocolate”, novela de Laura Esquivel, que quieren más que hijas, esclavas a su servicio.
Específicamente en el caso de las niñas y adolescentes femeninas, la identificación de género con su mamá puede resultar tanto ventaja como desventaja, según sea el caso, para tener una relación hermosa y de compañerismo o de verdadera rivalidad.
Mucho de lo que ocurre en la relación de las madres con sus hijas se remitirá en primera instancia a la historia de la madre con su propia progenitora. Es decir el punto de partida siempre es el mismo, pero puede haber una serie de variantes de acuerdo al contexto.
Conozco mujeres que adoran a sus madres y mamás que aman profundamente a sus hijas y llevan una relación sana en la que hay límites, confianza, respeto, admiración, y amistad.
Estos cuatro elementos son indispensables para que la relación de mamás e hijas funcione, ya que también conozco historias obscuras en la que las mamás compiten con las hijas y envidian su juventud al grado de querer comportarse como si fueran de la misma edad. Utilizan ropa de adolescente, coquetean con sus amigos y se vuelven “amigas” de las amigas y amigos de sus hijas. Este fenómeno suele ocurrir cuando las madres son muy jóvenes y tal vez renunciaron a sus sueños por tener a sus hijas y quieren vivir lo que aparentemente dejaron pendiente, pero de una manera inadecuada. Ahí no se están poniendo límites y no hay una figura de autoridad a quién respetar y obedecer, lo que genera confusión y angustia.
Otra situación negativa que puede presentarse es aquella en la que la madre tiene una fuerte personalidad y es ególatra y autoritaria. Este tipo de relación se caracteriza por la fuerte tendencia de la madre a subestimar, ignorar y opacar a la hija, quien frente a ella se siente un cero a la izquierda. Por supuesto lo que esto genera a la larga es mucho resentimiento, envidia y lejanía.
Las madres sumisas y abnegadas que se desviven por atender al marido y a los hijos varones, pueden llegar al punto de sentir que sus hijas son como de “segunda” inyectando en ellas también resentimiento, coraje y baja autoestima.
En estos casos es muy importante reflexionar qué clase de mamá se está siendo, buscar maneras más sanas de relacionarse con las hijas y tomar en cuenta que esta relación es vital para el buen desarrollo emocional y sus futuras relaciones.